Pienso que no os cuento nada nuevo cuando os digo que sentir frustración es verdaderamente incómodo, ¿verdad? y es que situaciones que la provocan abundan en la vida de todos, incluido en la de nuestros peques.
Muchos papás y mamás, que ya conocen eso de que frustrarse no es demasiado agradable, evitan por todo lo alto que sus hijos/as pasen por situaciones que le generen frustración.
"Alejandra, hemos dejado de jugar al parchís en casa porque cada vez que pierde nos la monta".
Tiene su sentido, ¿no? ¿quién quiere ver a su hijo/a pasándolo mal con unos lagrimones de aquí a mañana y montándola a lo grande? Pues seguramente nadie.
Pero el tema no es tan simple. Sobrellevar estas situaciones como padres/madres es bastante difícil, justamente por lo que comenté en el párrafo anterior. Sin embargo, la frustración es una sensación NORMAL que aparece cuando algo no nos sale como queremos o cuando no conseguimos lo que tanto anhelábamos. Y como es NORMAL sentirla y puede aparecer de manera HABITUAL en nuestras vidas, nuestra labor como padres es acompañar la frustración de nuestros hijos e hijas para que el día de mañana (o a la mañana siguiente en el cole, cuando Miguelito no le deje el balón para jugar en el patio), cuando no estemos delante, sepa manejarla sin que le desborde.
Como todo cuando criamos, entrenar en el manejo de la frustración requiere de mucha mucha paciencia, de control por nuestra parte, de tomar conciencia del momento evolutivo del niño y de conectar con lo que está sintiendo.
Entiendo que no queremos ver al peque mal, entiendo que no queremos que una tarde de parchís tan genial como estábamos pasando se convierta en un dramón absoluto, pero de alguna forma u otra, no evitarle y acompañarlo en esos momentos le aporta HABILIDADES para que se enfrente a las frustraciones de la vida.
¿Y hay algo más bonito que eso?
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